sábado, 19 de abril de 2014

Hilo Rojo [Capitulo 6 ]














                    Capitulo-6















—…No quiero irme. —mantiene su mirada fija.

Sus miradas enlazadas concentran cierta energía. Lo que parece debilitar a José, obligándolo a apartar su vista. Con un gesto tieso. Descarta la idea de llamar a la policía, y se le viene otra mejor. Claro…puede funcionar. Le dará lo que “quiere” justo y como hace con todas.

—Ten…

Le extiende su mano invitándolo a coger un reloj de oro, que sacó de su pequeño bolso.

—Como dije, solo quería darte algo. De esta forma te agradezco.

José de un manotazo a la frágil muñeca de la joven. Lo tira al suelo…cayendo al césped del frente de su casa. Acto seguido engancha su mano en el brazo de Vicky y la conduce adentro de su mansión, empujándola contra una pared. Lo sujeta de sus hombros para ver sus ojos antes de “actuar”, como solía hacer. Una sonrisa que expresa lascivia, es visible en sus labios, borrándose así, toda tensión y rastros de coraje en él. Su mirada es diferente, y la clava en sus ojos profundamente, siendo atrayente, tan absorbente que hace temblar a Vicky.
Continúa deslizando sus manos a lo largo de los delgados brazos de la chica, dejándola sentir su respiración contra la piel de su cuello.
Un cosquilleo la recorre, y aquella mirada la ha dejado tiesa, como espantada, alterada. Ningún músculo le responde, ni siquiera es capaz de cerrar sus ojos, mucho menos de abrir sus labios, para decir algo.
José coloca sus manos a la cintura de Vicky como diciendo “esto es mío ahora”.
Algo es extraño, tanto que lo hace detenerse a ver los ojos de la joven, cuando experimenta una sensación fuera de lo usual. El ver en su rostro el miedo grabado, junto con esas mejillas tan coloradas, sus ojos viendo al infinito, sin un punto en específico, como estando perdida, y temblando. Esa visión, ese sentir, toca su corazón, y siente como si dejara de latir por dos segundos. Y no le es posible el pensar, en lo absoluto.
Recupera sus sentidos, y se aleja del cuerpo de la chica, dejándole ver su espalda.

—Vete.

Vicky logra respirar, pero entrecortadamente, luego de nuevo le es necesario usar su inhalador, para finalmente salir como si la estuviera persiguiendo alguien.
Esa mujer da miedo… ¿En serio le da miedo? ¿Cómo puede hacerlo sentir asi? ¿Qué tiene de especial? Solo es una mujer. Una que le impidió el seguir jugando con su cuerpo, sin siquiera decir una palabra, sin siquiera hacer un leve movimiento.
No está, ni la mitad de buena que todas las mujeres que ha conocido. Es muy flaca, y tampoco es muy bonita. ¿Entonces por qué?. Cualquier chica cae rendida a sus encantos, no se resisten y se lanzan como fieras a él.
Pero ella… ¿Es diferente?


Victoria está convencida. No lo volverá a hacer, dejará de buscarlo, esta sin duda es la última vez, ya ha tenido suficiente de él. No le importa más. O de eso, quiere convencerse. Su interior le grita “Ve con él” y hay algo muy pequeño aferrado a ella muy, muy dentro que le pide…amarlo. ¿A un desconocido? Qué locura. A decir verdad, ha hecho demasiadas locuras, que ya no se puede permitir más.




Ha recogido el reloj de oro sin poder evitar una mueca de repugnancia, y lo lleva hasta su habitación. Lo observa detalladamente, con su estricta mirada, y lo arroja sobre un mueble. Es un reloj barato. No tiene ningún valor, ni siquiera sentimental claro está. No sabe por qué lo ha traído a su recamara. Si no significa nada para él. Por ahora tiene que volver a centrarse en su trabajo, la siguiente composición espera.



Después de varios días.
Está acostumbrada a esta vida. La costumbre es su fuerza. De hecho, la costumbre es fuerte. Qué difícil es quitársela de encima, y es tan pesada como el mundo entero.
Victoria como cada día, después del trabajo. En casa, lo primero más importante que debe hacer, es prepararle la cena a su esposo. Y tiene que terminar, lo más rápido que pueda, sin importar si está muy cansada, o con ganas de ir directo a la regadera. Es su deber como esposa ¿En serio lo es? ¿A tal grado?
Viven en una ciudad de alta sociedad en Nuevo León. La ciudad más costosa y rica de todo México, y no es por exagerar. Claro… José Madero es casi un vecino. Su esposo tiene el poder para pagarle a una sirvienta, pero… no lo hace. También puede mantener a su esposa sin problemas, y asi no mandarla a trabajar para que cubra sus gastos pero…tampoco lo hace.

—Espero te guste.

Vicky pasa el platillo bien servido de salmón y ensalada, a la mesa. Y le pone a su alcance un vaso de vidrio con limonada y una rodaja de limón decorándola.
El hombre con un gesto duro, y en silencio empieza a comer. Victoria sabe que no debe molestarlo. Asi que da pasos alejándose del comedor.

—¿A dónde vas?

Su voz retumba en las paredes.

—A darme una ducha. —en un tono débil.

Su esposo se levanta de su silla como si tuviera un resorte, dirigiéndose a ella y atrapándola con sus brazos desde su espalda.

—No tengo mucha hambre. —diciéndole al oído.

Victoria traga saliva, sabiendo lo que sigue. Siente como si el cuerpo y las manos de su marido le estuvieran quemando. Su barba rasurada que frota en su mejilla, es una sensación parecida a muchas agujas raspándole. Pero tiene que aguantar. Un quejido y…

—Vamos a la cama. —articula entre dientes. Insinuando.

La aprieta entre sus brazos y la mueve a otro lado.

—No. Daniel no por favor. —conteniendo su desesperación, y controlándose.

Se encierra con ella en su habitación.


Desde que amaneció, el cielo se tornó nublado, y conforme han pasado las horas, ha traído más nubes grises, se han estado acumulando. Avisando una próxima precipitación.
Pero no se puede permitir el faltar un día al trabajo. Llega puntual, como siempre, y ofrece su torpe y despistado servicio en el restaurante Itadakimasu. Aquel joven no ha salido de su mente, le angustia el perderlo. Sin embargo no es un impedimento para seguir adelante.
Es minutos antes de que termine su jornada, que del cielo fluyen las gotas de agua tan abundantemente, y con el resonar de los truenos. Victoria no puede ir a buscar un taxi, tendrá que pedirlo a la puerta del restaurante.
Aguarda paciente en el techo de afuera del negocio, todavía iluminado, puede ver escurrir el agua, de la cubierta sobre su cabeza que la protege de la imparable lluvia.  

Por supuesto que su esposo no vendrá por ella ni de broma. Akiva aprovecha que está sola, y que casi todos se han marchado, para acercarse a su lado y verla de perfil.

—Yo podría…llevarte a casa sin problemas. Pero sé que, no aceptaras. Me gustaría saber el por qué no me permites ayudarte nunca. —guarda la mitad de sus manos en los bolsillos de su pantalón de traje.
—No es necesario.

Intimidada, al pensar en las consecuencias con su esposo, al verla llegar en el auto de otro. Si así fuera.

—Estoy bien. —agrega. Hace como si quisiera abrazarse a sí misma.
—Victoria. —con su mano toca su cabeza— Mírame. ¿Por qué nunca quieres verme a los ojos? Y cuando llegas a hacerlo, no me das tiempo para ver dentro de ellos.


Es incapaz de hablar o comprender lo que trata de decirle. Solo escucha. Tampoco se mueve, sigue viendo abajo, escuchando el chorro de agua que continua sin cesar, junto con el relampagueo que azota el cielo. Y el pasar de un coche por la calle.
Le gustaría pedirle que se vaya y la deje sola, pero al mismo tiempo que la abrace, para poder llorar como lo hace el cielo, y desahogarse entre sus brazos. Siendo el único hombre que le inspira paz, confianza y la hace sentir muy bien.

—De acuerdo. No vas a responder. —pasa su mano al mentón de la chica y se posiciona frente a ella.

Concentrando su mirada en esos rosados y pequeños labios, tan tentadores que ya no puede resistirse. Este es el…
Victoria se mueve alejándose de él. Avergonzada, asustada. ¿Qué pasaría si “él” la llega a ver? Es atacada por una clase de paranoia.
Por un impulso la chica sale a la lluvia, empapándose en segundos. En cuanto Akiva vuelve adentro del restaurante por una sombrilla transparente.

A pasos agigantados la alcanza protegiéndola de la fría lluvia. Pero no siendo suficiente la sombrilla, él empieza a mojarse. Por su cara corren ríos de agua.

—Victoria…discúlpame.

Ahora si tiene motivos para no verlo a los ojos. El japonés ha sido muy obvio, Vicky ahora lo sabe, si quería besarla significa que… ¿La ama?
¿Cómo puede estar tan segura de lo que significa el amor? Si nunca lo ha vivido. ¿Cómo se siente ser amada? Quizá lo esté confundiendo.



El delgado cuerpo de Victoria es muy débil y delicado. Está temblando, descontroladamente y ya usó su inhalador un par de veces. Aun así el absorber el aire con su nariz y boca es todo un trabajo. La ha envuelto en toallas, hasta hay una sobre su cabeza, como si fuera una capucha. Sentada en un banco de la cocina del restaurante. Akiva termina de prepararle un té caliente.

Un taxi se ha cansado de esperar al frente del restaurante y sus llantas ruedan a otra dirección, yéndose.


Continúa lloviendo pero, sin el escándalo de la tormenta, tan solo el agua caer. El agua que se desliza por la amplia ventana en casa de José.
Ha reunido a todo el grupo para hablar más sobre el álbum y pasar un buen rato.
En una sala con sillones blancos y decoración en rojo. Cada uno toma asiento excepto José. Él camina de un lado a otro, inquieto, tenso, jugando con el reloj de oro en su mano.

—Es que no puedo wey. Necesito hacer algo fuera de lo común, Para que me den ganas de escribir ¿Si me entiendes? —dirigiéndose a Ricardo.
—Sí wey, ya sé. Pues… no sé. Ve a una Iglesia, mata a alguien. No sé…

Comentario que le arranca una carcajada a Arturo.

—Hablo en serio wey. —sonando molesto José.

Deja de pasearse y pasa su mirada viéndolos a todos.

—Es importante. Apenas terminé dos canciones. Y el tiempo es oro.
—Relájate Pepe, ya te inspirarás, tú tómalo con calma. —Jorge. Sentado y con sus codos sobre sus piernas, sonriéndole.
—Hey wey, a todo esto… —se une a la conversación Arturo— ¿Ese reloj qué? —lo apunta exaltando sus ojos.
—Ah, esto… —queda viendo el reloj con atención— Un momento… —no puede contener una sonrisa— Ya sé, como distraerme.

El resto esperan a que les diga más detalles. Sin dejar de verlo. En cambio José retrocede unos pasos. Buscando la privacidad de un pasillo de la casa, lejos de ellos. En su celular encuentra aquel número, que ya sabía a quién pertenece.



Victoria recibe la taza de té en sus manos. El temblor ha bajado, es más ligero, pero en su expresión facial se puede distinguir que sigue en mal estado. Pálida, tan pálida y cabizbaja, como con falta de energía.
Aparte de su salud, está cargada de miedo, nunca se ha retrasado para llegar a casa. No puede ni imaginar lo que le espera.

—Bébelo todo, te hará bien. —sugiere Akiva y arrastra otro banco cerca de ella para acompañarla— Quiero que por favor olvides lo ocurrido. ¿De acuerdo? —se inclina buscando su mirada.

Le preocupa que no pruebe ni tantito su té, está paralizada, como enferma. Si no fuera por el leve vibrar de su cuerpo, juraría que es una estatua.

—Bien… dame eso. No lo quieres.

Le quita el té de sus manos y lo deja sobre un mueble de metal, que es parte de la cocina. Retira la toalla de su cabeza y comienza a secar su cabello con delicados movimientos. Continúa pasando la toalla por uno de sus brazos, para secarlo y darle calor. Está muy helada.
Mira ese sereno rostro enmarcado en un cabello cobrizo y húmedo.

«Algo pasa con ella. Estoy seguro. Pero es tan reservada y yo…bueno, no me gustaría entrometerme tanto en su vida. Aunque…». Guarda en sus pensamientos.

Frota la toalla en la piel del brazo de la chica con la intención de “hacerla reaccionar”. Pero es en vano. Sigue estática.
Al ver que sus grandes orbes avellana se han cubierto de una delgada capa brillosa. Detiene su acción.

—Victoria…

Pasa su fina mirada a su brazo y descubre las marcas de los moretones, algunas pequeñas heridas.
Ese maquillaje que estaba obligada a usar a diario, para esconder las señales, se ha borrado gracias a la lluvia y el roce de la toalla de Akiva. Los ojos del japonés se hacen grandes, examinando bien su piel con cuidado. Victoria se percata que la está viendo y se apresura a ocultar su brazo con una toalla. Alarmándose notablemente, pero ya es muy tarde.

Está claro que alguien es el responsable de esas marcas. Algo le hace creer al japonés que el culpable de dicho maltrato es su marido ¿Quién más puede ser?.

—Akiva… —brota de los labios de Vicky.
—Victoria tú…

¡Ring, Ring!
Su celular anuncia una llamada. Victoria va por su bolso que no está muy lejos. Experimentando una oleada de emociones al ver quién es el que está llamándola.

¿Esto es verdad? ¿Esto de verdad está sucediendo? ¿Cómo pudo ser tan descuidada? ¿Cómo José puede…?
Hace un esfuerzo por tomar aire, antes de querer contestarle. El tono del celular no deja de sonar.





.

3 comentarios:

  1. Victoria tiene una oleada de emociones con todo lo que le sucede, primero José con esa reacción y luego ya medio descubrió los sentimientos de Akiva hacia ella. Lo peor de todo el asunto es el marido de la pobre chica que ¡es un maldito abusivo, enfermo y demás! Debe se aguantar sus abusos y golpes, pero Vicky le permite que haga eso. ¡Quisiera asesinarlo! x'D ¿Qué hará Akiva al descubrir lo del marido maltratador? ¿José que tiene en mente? ¡Muero por saber! ¡Excelente como siempre! :O

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Diana :) ¿Por que no comentaste con Face? Quizá hubo alguna falla D: bueno GRACIAS >w<

      Eliminar
  2. woow me encanto el capítulo xD que estará tramando Pepe?? por cierto perdón por la tardanza

    ResponderEliminar

¡Gracias por leer!. Puedes comentar no importa si no tienes Blog, comenta como Anónimo, o pon tu nombre y el link de cualquier pagina, ahí te da opciones el Blog. Recuerda tus comentarios son gratificantes e importantes para mi :)